Contando la Historia.. María Isidora Leiva Avilés
María Isidora Leiva Avilés. Mujer de pies firmes al caminar, obstinados venciendo a la muerte y aferrados a la vida. Mujer de estatura pequeña y piel blanca endurecida por el sol. Madre de 6 hijos (2 mujeres y 4 hombres). Lidereza dentro de su comunidad y de ALGES (vicepresidenta de la Asociación y presidenta de la directiva de Cabañas). Luchadora social, tenaz e incorruptible.
La niña Dora como la conocemos – Elsi su seudónimo en la guerra- tiene una Mirada profunda. Sus ojos vivaces nos cuentan la historia. Su Historia.
“Nací y crecí en un lugar muy bonito, en el cantón San Jerónimo, Cabañas, al centro de dos quebradas y cerca del río Copinolapa. Tuve dos hermanas y un hermano.
De niña tenía muchas ilusiones, muchos sueños muy diferentes a lo que me tocó vivir. Soy de una familia pobre, pero me sentía bien con el cariño de mis padres y mis hermanos. Uno de mis mayores sueños era vivir feliz con mi familia. No me preocupé por ir a la escuela, me tocaba que ir a dejar el almuerzo a la milpa y si no había para comprarme los cuadernos, yo no exigía. No sabía que era útil saber leer.
Pasó el tiempo y llegó la época en que la población empezó a ser reprimida por reclamar las injusticias. En 1976, cuando tenía unos 15 años, tuvimos que salir de la casita donde vivíamos y nos fuimos para el cantón Peñas Blancas, para podernos defender porque el ejército y gente de orden- que eran hombres del ejército vestidos de civiles- andaban quemando casas y persiguiendo a la gente indefensa.
Los hombres se iban al monte a esconderse para que no los mataran. A las mujeres que quedaban en las casas las golpeaban. Yo le decía a mi mamá: me voy; pero ella me decía: sólo con los hombres no se puede ir. Sentía miedo de quedarme. En ese momento, ya no podíamos estar en Peñas Blancas, teníamos que irnos a
unas barrancas o para el monte. Pasaban varios días que no bajábamos a las casas. Mi hermano ya se había incorporado a las milicias, Mi hermana con su esposo también.
Esa situación nos obligó a irnos a un campamento guerrillero, yo servía como cocinera, para mí era una forma de entretenerme, y en la noche me quedaba con mi mamá. Todavía no comprendía la necesidad de lucha. Luego mejor me salí para donde estaban las demás mujeres y los niños. Yo estaba pequeña.
La opresión en contra del pueblo indefenso seguía con más fuerza. En el año 1981 fui testigo y sobreviviente de dos masacres. La primera, recuerdo que era un 18 de marzo, nos concentramos en Peñas Blancas, población civil de todos los cantones y caseríos de Cabañas para huir hacia Honduras. Éramos unas 6 000 personas. Mi mamá se encontraba bastante mal y necesitaba de mí. La orientación que nos daban era que teníamos que ayudar a los ancianos/as, niños/as, mujeres embarazadas y a los heridos/as que ya eran varios porque el ejército venía detrás de nosotros y la orden que traían era aniquilarnos a todos o llevarnos hasta el río Lempa para que ahí muriéramos ahogados. Los helicópteros también andaban ametrallando la zona. El ejército ya estaba cerca y los balazos zumbaban. Nos orillaron al Lempa y nos lanzamos al río obligados, pudiendo nadar o no. Los que sí nadaban buscaron palos, varas de bambú para pasar la gente y también pusieron un lazo de un lado a otro para ayudarnos, pero muchos se cansaban a medio camino y se ahogaban. Yo podía nadar un poquito, sólo me quité unos anillos de oro que tenía y los puse en una bolsa junto a un dinero para que mi papá me los pasara, pero la bolsita fue a salir demasiado abajo y los perdí. Además justo cuando llegué al otro lado estalló una granada. Yo pensé que esa era el último día de mi vida. Murieron muchos ese día, no sé cuentos, pero fueron cientos de compañeros/as, niños/as y ancianos/as tanto de una orilla del río como de la otra, porque el ejército hondureño también nos reprimió. Otros compañeros/as fueron capturados para luego ser asesinados.
A los que sobrevivimos nos concentraron en caserío Los Hernández, en
Honduras. No teníamos que comer, ni cómo vestirnos. Pasamos momentos
muy difíciles. Dormíamos como animales, no teníamos en que acostarnos
ni con que taparnos. Nos vigilaban `los internacionales´, ellos andaban
en medio de nosotros y nos acompañaban hasta para cuando íbamos a
bañarnos, porque el ejército hondureño capturaba a los que nos salíamos
del cerco donde estábamos. Hasta después nos fuimos al campamento La
Virtud y se comenzó a construir unas chozas.
Después regresé a El Salvador, nuevamente sirviendo de cocinera a los
compañeros, me fui comprometiendo y adaptando al trabajo. Para mí fue
difícil por que era muy tímida. Pero ahí aprendí el valor del
compañerismo y la solidaridad. En una ocasión me enfermé, me dio fiebre
tifoidea, y en el campamento sólo yo estaba de mujer y no podía hacer
nada, sólo era calenturas. Un compañero de San Vicente me lavaba la
ropa, me daba pena porque casi no lo conocía pero la solidaridad entre
todos era muy fuerte. Fue difícil recuperarme de esa enfermedad. Pero
volví a cocinarles a los compañeros.
Rápido
llegó el 11 de noviembre de ese mismo año 1981. Ese día comenzó un
nuevo operativo de 4 días. Estuvimos rodeados por el ejército.
Estábamos reunida gente de Santa Marta, San Jerónimo y Peña Blanca,
teníamos que buscar por donde salir. Había mortereo del lado de la
chorrera del Guayabo y morteros de Victoria para el otro lado.
Estábamos en medio. El ejército disparaba a fuego cruzado y nosotros
concentrados en la Peña. Los compañeros armados no encontraban otra
salida que hacer una exploración por aquel lugar para ver por dónde
estaba más débil el enemigo. Ya no estábamos en las casas sino en el
monte, amparándonos en las piedras porque los aviones y los morteros no
paraban. Después de cuatro días, se tomó una decisión, íbamos a romper
cerco para podernos salir por el lado de Santa Cruz- Empezaron a
orientarnos qué hacer. En ese momento me cayó un sueño, no quería
caminar. Me decían: mire Elsi usted no tiene que quedarse. Pero yo no
sentía ánimos de caminar. Yo pensaba que ahí nos iban a matar. Me
convencieron, me metieron en medio de la fila y caminé. Cuando llegamos
cerca del río Copinolapa, donde iba a ser la `rompida de cerco´, fue lo
peor. Ahí caían las balas como que eran hojas secas. Nosotros sólo nos
devanábamos en el suelo y nos volvíamos a parar. Yo me tocaba y decía:
no nos han pegado todavía. Pero yo le pedía a Dios que si una bala me
caía que muriera de un solo, que no fuera a quedar herida, ni que me
capturaran y muriera torturada. La gente empezó a retroceder caminaba
porque se veían las luces interminables de las balas cruzadas. Yo iba a
la par de Beto (ahora directivo de San Francisco), en ese momento yo le
pasé adelante, caminé y otro compa me dijo que me agachara, pero yo
parada seguía hacia adelante, a saber que espíritu agarré, me paré en
un muerto y así subí la cuesta. Muchas personas quedaron perdidas en
los montes. Cuando llegamos a la quebrada Guiscoyol, nos dijeron que la
gente que se había quedado atrás la habían matado. Ahí estuvimos dos
días y dos noches, seguíamos rodeados por los militares, ellos andaban
por los cerros y nosotros en la quebrada. Lo mismo, no encontrábamos
por dónde salir. Una noche mandaron a explorar a unos compañeros hasta
Santa cruz. El ejército ya se había retirado, pero dejaron tres
montones de muertos -niños, mujeres, ancianos-, los quemaron, les
echaron un líquido para que agarraran fuego y aún se miraba como la
gente había corrido para un lado y otro. Ahí murieron más que en el río
Lempa. En Santa Cruz murieron cinco familiares míos.
Después de 26 años, nosotros conmemoramos estas dos fechas, el 18 de
marzo y el 11 de noviembre porque masacraron a población indefensa. La
masacre de Santa cruz nunca la hemos conmemorado en el lugar dónde fue.
Al río Lempa, desde que venimos de Honduras, vamos año con año y
recordamos con misa y con testimonios a nuestros familiares muertos.
Como sobreviviente participo en estas conmemoraciones. He escrito
varias canciones que son testimonio de lo que he vivido y he sentido. A
pesar que no quisiera recordar. Continuará…